La Daga Negra: CAPÍTULO I


CAPÍTULO I: La aventura.


Keane, un muchacho joven y esbelto, con media melena oscura, se disponía a asistir a la academia obligatoria para jóvenes de Rígel, un pequeño reino situado entre dos grandes montañas, donde vivía. Se despidió  de Panos, su padre, un herrero del reino. Para Keane, su familia era lo más normal del mundo. Para el resto del mundo, no.
En el vestíbulo de la academia estaba el retrato de su fundador, Abelmar Dorian, el abuelo de Keane. Y por si fuera poco, su abuelo no era tan conocido sólo por ser el fundador de la escuela, sino que la gente le recordaba por ser un mago muy poderoso, e incluso le apodaban ‘El Gran Mago’. La gente le admiraba, y eso añadía cierto prestigio a su familia. No obstante, Keane jamás había llegado a conocer a su abuelo, por esta razón, para él su familia era lo más normal del mundo, porque cuando pensaba en su familia, pensaba en su padre, el humilde herrero. Abelmar había desaparecido hace muchos años, y abandonó a Panos a su propia suerte. Se dice que fue a explorar otras tierras. Por esta razón, Keane Dorian no sentía ningún aprecio por su abuelo. A esto se le sumaba el hecho de que todo el mundo esperaba de Keane otro mago excepcional, ya que los poderes mágicos se suelen transmitir de abuelos a nietos, saltando una generación. Pero si de algo estaba seguro Keane, y toda la escuela, es que él no tenía ningún poder y era tan normal como el resto del mundo. En su primera jornada de clase cuando era niño todo el mundo quería hacerse amigo suyo… ¿quién no quiere ser amigo de un gran mago? Poco a poco se dieron cuenta de que Keane no era ningún mago. Para él, era muy difícil sobrellevar las situaciones en las que siempre se esperaba de él mucho más de lo que realmente era capaz de hacer. Se encontraba ya en su último año en la escuela, donde muchos le despreciaban por no tener los poderes de su abuelo.

Al entrar a clase, se sentó al lado de Alena, la única amiga que le comprendía frente al resto de compañeros. Alena era una chica de piel y ojos claros, y pelo negro, largo y ondulado.
―Muchachos, saquen sus plumas y sus pergaminos, que la clase de hoy les va a interesar… Vamos a hablar de los tipos de plantas autóctonas de Rígel… ―el profesor entró con firmeza en la clase.
Keane se dejó caer la cabeza sobre el brazo perezosamente. La clase se fue pasando, pero cada minuto se le hacía eterno. Alena tomaba apuntes con constante avidez, casi quemando el pergamino con la pluma. Keane se quedó mirándola, hoy estaba guapísima con ese medio vestido blanco, de pliegues a los lados. Observó cómo su pelo caía sobre el pergamino en el que escribía. Ella y él se entendían especialmente bien, al ser los dos descendientes de grandes familias, sin ser grandes ellos. Alena era hija de Camila, la hermana del Rey Xylion de Rígel, lo que la convertía en la sobrina del rey. Pero mucho más lejos de la realidad, vivía como una campesina más, ya que ella y su madre no se hospedaban en la corte, ni ostentaban ningún título nobiliario, a petición de su abuelo, el anterior Rey, que siempre tuvo a su tío Xylion como favorito frente a su madre Camila, sólo por el hecho de ser mujer.
Cuando salieron se pararon a charlar en el vestíbulo.
―Ha estado apasionante la clase de hoy… ―comentó Alena alegremente.
―¿Apasionante? Querrás decir insoportable…  No sé cómo eres capaz de resistir varias horas así sin dormirte. Aborrezco estas clases…―Bromeó Keane.
―Porque eres un torpe, a mí me gustan ―Sonreía Alena.
Salieron al aire libre. Se podía respirar la primavera.
―¿Te gustaría ir esta noche conmigo a dar un paseo? ―Sugirió Keane, que sentía que le encantaba poder estar con ella a solas.
―Bueno, no tengo nada que hacer, así que… ―En ese preciso instante, una paloma mensajera dejó caer un pergamino enrollado delante de ella, que lo recogió y se dispuso a abrirlo―. Qué extraño…
―¿Qué ocurre?
―Mi madre, que me dice que vaya a casa urgentemente… ―Alena miraba la misiva extrañada― Me parece muy extraño que me mande una paloma mensajera para esto…
Los chicos se despidieron y Alena se fue corriendo. Cuando Keane llegó a su casa, su padre le estaba esperando. Era un hombre humilde, con un pelo de tono níveo, y la nariz chata y ancha.
―Venga, hijo, nos tenemos que ir ―Le apremió Panos.
―¿A dónde?
―Ha venido un cortesano del rey a avisarnos que en unos minutos se ha convocado una reunión urgente en su castillo, y quiere que todo el reino acuda ―Le explicaba su padre mientras guardaba y colocaba toda la utilería de la herrería, antes de que ambos partieran hacia el castillo.
―¿Tienes idea de qué puede ser, padre?
―Hijo, sé lo mismo que tú. Nada.
El castillo del Rey de Rígel era bastante ostentoso que el resto de edificios de la ciudad, pero más modesto que los castillos de los reyes de otras ciudades más grandes. Dos guardias con lanza y yelmo custodiaban las compuertas por las que iban entrando los campesinos. En lo alto de la torre, un trompetista apremiaba a la gente con una sintonía repetitiva.
Panos y Keane se sentaron en uno de los bancos preparados para la situación. Keane buscó a Alena con la mirada, preguntándose si el mensaje de su madre tendría algo que ver con lo que estaba ocurriendo. La gente que iba entrando parecía nerviosa. Pudo ver cerca del atril a una joven muchacha rubia. Era la princesa Stella, la hija del Rey y, al fin y al cabo, la prima de Alena. Ambas tenían casi la misma edad.  Keane había cruzado alguna palabra con ella, cuando se la había encontrado alguna vez en casa de Alena. De repente, el trompetista dio el aviso, y el Rey entró en la sala. Iba ataviado con una larga y elegante túnica dorada, que resaltaba su cabello y su barba rubios. La gente se inclinó como forma de reverencia. Xylion se acercó al atril con aires temblorosos, carraspeó y comenzó su discurso.
―Pueblo de Rígel, os habla Xylion, vuestro Rey.  Entiendo que habéis comprendido la urgencia de la situación por la organización de este rápido encuentro. Pues bien, me dirijo a vosotros para daros una noticia buena, y una mala. Hace años, una joven niña se crió aquí, entre nosotros. Pero esa niña hoy es una mujer que se encuentra más cerca de la oscuridad que de la luz. Doy por hecho que sabéis de quién hablo. Pueblo de Rígel, esta misma mañana, esta mujer, a la que vosotros conocéis mejor por el nombre de la Dama Oscura, ha intentado utilizar su poder mágico para penetrar en las inmediaciones de este castillo, y apoderarse del reino. Afortunadamente, su magia no funciona aquí, esa es la buena noticia. Gracias a los hechizos de protección del Gran Mago Abelmar, la Dama Oscura no puede entrar aquí. Por eso estamos muy agradecidos a la familia Dorian, los descendientes de Abelmar, a los que premiaremos con un suplemento de trigo de las arcas reales. ―Señaló.
El Rey buscó con la mirada a Panos y a Keane, y este último hizo un gran esfuerzo para no poner los ojos en blanco, ya que estaba harto de gestos como este. Jamás podría igualar la grandeza de su abuelo.
―Como consecuencia de este intento de allanamiento del castillo, os he llamado para preveniros, ya que a mis ojos es necesario que todos y cada uno de los aldeanos toméis una serie de precauciones, ya que la protección mágica sólo afecta al castillo. En primer lugar… ―De repente, el Rey pegó un respingo del susto. Estaba tan nervioso que las manos le temblaban.
Un cuervo acababa de romper el cristal de uno de los ventanales, entrando en la sala. Se dirigía en dirección a Xylion. Mediante graznidos, dejó caer sobre él un pergamino negro, justo antes de evaporarse y desaparecer, convirtiéndose en humo negro. La guardia real se dispuso a destruir el pergamino, después de ver la magia que poseía al cuervo.
―¡Atrás! ―El Rey los apartó con la mano y se acercó al pergamino para cogerlo― Es sólo un mensaje. Pero es de ella ―murmuró.
Entre tanto, se había formado un revuelo en la sala, la gente se había puesto más tensa aún, si cabe.
―Tranquilidad, por favor, silencio. Les recuerdo que dentro del castillo estamos seguros ―El Rey alzó un brazo tratando de calmar a los asistentes.
Desenrolló el oscuro pergamino que estaba escrito en letra de fuego, y comenzó a leer para sí mismo. Instantáneamente, su cara palideció. Y el miedo se reflejó en ella. El horror se apoderó de él, que lanzó el pergamino al suelo y abandonó la reunión para dirigirse a sus aposentos. La princesa Stella corrió detrás de él. Uno de los campesinos se atrevió a coger el pergamino y leerlo en voz alta. El público se silenció de golpe, intrigado.
―«Tu hermanita no respira, gracias a mí. Has de saber que siempre juego un paso por delante. Mientras tú tienes un as en la manga, yo tengo poder para hacer aparecer una baraja entera de la nada. No podrás estar encerrado eternamente en el castillo. Tengo a tu sobrina. Ven a verme a Edenlor si quieres negociar.»
La reacción fue al momento. Se formó un revuelo increíble en la sala.
―¡NO! ¡ALENA! ―Keane gritó desesperado.
En el castillo el pánico se apoderó de la gente, los soldados trataban de echarles hacia afuera, pero nadie quería salir. Un soldado se llevó a Panos, el padre de Keane, que le perdió de vista. Fue corriendo, intentando seguirle, pero alguien le cogió del brazo, y le metió en una sala contigua. Cuando miró, no se podía creer lo que veía. Stella, la princesa real, le había llevado a un cuarto a solas.

―Escúchame ―Se dirigió a él cogiéndole los hombros con las manos a modo tranquilizador. ―Necesito tu ayuda. Mi padre se niega a ir en búsqueda de Alena. Dice que la demos por muerta, igual que a mi tía. Que no quiere arriesgar la vida de nadie más. Pero yo sé que Alena está viva. Mi tía dio su vida por ella. No podemos permitir que haya muerto en vano. Mi padre es un cobarde. Pienso escaparme, e ir yo misma en su búsqueda, necesito tu ayuda.




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