La brisa me golpea en la
cara y balancea mi oscura melena. Estoy cansado. Mi vida está rodeada de
mentiras. Ha llegado el momento de que se sepa toda la verdad. Me dispongo a
coger pluma y pergamino para que mis palabras queden grabadas en la historia.
Sé que pronto moriré, pero mi historia no morirá conmigo.
Yo soy hijo primogénito
de reyes. Mi padre Ahadi y mi madre Uru me criaron junto a mi hermano menor.
Rondando los seis años de edad, una fuerte enfermedad cayó sobre mí. Mis padres
pusieron todo en su mano para que yo, el heredero al trono, sobreviviera
después de todo. La lucha contra la enfermedad fue cruenta y dolorosa, pero
terminé venciendo. No obstante, esa batalla me marcó para siempre. Los médicos
desconocían la causa de mi nueva debilidad. Había perdido mucho peso y fuerza.
Me quedé raquítico y demacrado. Durante todo este tiempo que yo luché por mi
vida, mi hermano menor había estado siendo entrenado en las artes de la lucha y
de la gobernación. Un día llegó el momento que yo tanto temía. Mi padre me
traicionó. Mi propio padre. Decidió desplazarme de la línea de sucesión en
favor de mi hermano. Jamás se lo perdoné. Me planteé la forma de demostrar que
yo no era tan débil, no obstante, no soñaría jamás en retar a mi hermano. En cuanto
a inteligencia, me ha tocado la parte de los dos, pero en lo referente a fuerza
bruta, me temo que en la herencia genética he salido perdiendo.
Me aislé de mi familia
cuando me enteré que el sucio de mi hermano no sólo se iba a quedar con mi
reino, sino también con mi futura esposa, al parecer era todo una especie de
pack del cual podría disfrutar en mi ausencia. No creo que me echaran mucho en
falta. Me integré de incógnito en la sociedad más oscura del reino. Ahí conocí
a Banzai, Shenzei y Ed, tres ladronzuelos callejeros. Viví un tiempo junto a
ellos y aprendí a encargarme de mi propia supervivencia. Ellos me enseñaron las
leyes de la calle. Llegué a hacer cosas de las que no me arrepiento.
Un día preparamos el
asalto definitivo. Con todo lo que ganaríamos podríamos abandonar el mundo de
las calles y dedicarnos a otra cosa. Un pudiente matrimonio iba a visitar el
mercado aquella tarde, me dijeron. Cuando se acercaban en la carroza, ellos
tres los asaltaron y yo esperé arriba a que me dieran la señal, para empujar
una gran roca contra el carruaje. Recibí la señal y la empujé con todas mis
fuerzas. En el último segundo vislumbré la cabeza de mi madre asomando por la
ventanilla. Bajé corriendo, pero ya era demasiado tarde. Banzai, Shenzei y Ed
salieron corriendo con todas las joyas. Cuando me acerqué, encontré a mi madre
aplastada por completo por mi roca. La roca lanzada con la fuerza de su hijo
débil. Ella era la única que me trataba bien. Me sentí como una escoria. Había
asesinado a mi propia madre. Una lágrima comenzó a descender por mi mejilla. Mi
padre también iba dentro del carruaje, pero sobrevivió. Se levantó y se puso
furioso al ver lo que había ocurrido. Me golpeó en la cara fuertemente con un
hierro en el puño. Me dio de lleno en el ojo, generando una áspera cicatriz que
hoy en día conservo.
Desde entonces, vivo
noche y día para acabar con el culpable de todo esto, mi sucio hermano. Algún
día pondré fin a su gloriosa vida y saciaré mi sed de venganza con un elaborado
plan. Desde que me hice la cicatriz me hago llamar Scar y no pienso descansar
hasta ver morir a mi hermano Mufasa. ¡Larga vida al Rey!