Ha habido presiones desde el Vaticano para que esta información no salga a la luz. Advertimos que el siguiente contenido puede herir sensibilidades. Tómate un valium, no te levantes del asiento ni saques los brazos por la ventanilla. Disfruta de la atracción.
CAPÍTULO 4
Jesús se encontraba paseando por el
mercadillo de su barrio, comprando algo de fruta a los gitanos, que su madre le
había encargado, cuando una mujer se puso a gritar como una posesa.
―¡¡AYUDA, POR FAVOR!! ¡Mi hermano Lázaro ha muerto en su lecho!
¡Necesito un mesías que le resucite! ―Rogó desconsolada― ¡Que le diga levántate
y anda, para que se levante y ande!
Después de quemar a la mujer, Jesús
estuvo comprando unos tomates pera, que le parecían mucho más ricos que los
tomates de rama. Lo que no sabía era si comprar peras de zumo o peras de
conferencia.
―Si son para tirárselas a los
judíos, son mejor las de conferencia, que tienen más cuerpo ―Le recomendó el
gitano.
―Pues póngame un kilo. ―Ordenó
Jesús.
―Pero oiga, usted se ha colado… ―Se
quejó una señora detrás de él.
―Pero señora, ¿es que usted no ve
que soy un profeta? ¡Un poco de respeto, hombre ya!
―Ah, sí, lo siento, lo siento… ―Se
disculpó la señora, que aprovechó para escupirle en la nuca cuando se giró.
Jesús dedicaba su tiempo libre de
los fines de semana a trabajar en un chiringuito de videncia, junto a Aramís
Fuster, donde se ganaba la vida.
―… Y no olvide de lavarse sus
órganos genitales en el río… ¡Siguiente!
―Buenas, señor, he venido aquí
porque confío en usted, tengo problemas y necesito que usted me ayude con el
uso de su don divino… ―Pidió el hombre.
―¡Pues cómeme el pepino!
¡Siguiente!