A todo el mundo le gusta algún cantante, grupo o actor, pero…
¿Hasta qué punto?
Algunas beliebers o directioners,
han llegado afirmar en reportajes de televisión que si tuvieran que elegir
entre sus padres y sus ídolos, elegirían a estos segundos.
Este punto en el que el fenómeno fan cruza la raya y pasa a
ser un ‘fanatismo’ puede llegar a ser muy peligroso. Se llega a una falta de
criterio, una falta de respeto hacia otras opiniones, y un punto de adoración
absoluta digna de unos ideales religiosos. El
hecho de que la vida de una persona dependa de lo que haga o diga alguien que
no conoce en persona, es bastante inquietante.
Podíamos ver, hace no mucho tiempo, un reportaje en las
noticias de Antena 3, donde se comentaba que podían llegar a padecer, en casos
extremos, ciertas patologías sociales
serias. No obstante, los expertos explicaban que es común a esas edades, aunque
cada vez se está adelantando más, pero que con la edad se pasa. Bien, pues ahí
quiero hacer yo hincapié. Posiblemente lo que voy a decir ahora a muchos no os
haga ninguna gracia, pero en mi opinión, la devoción al Papa, por ejemplo, es
comparable con las de las belieber por Justin Bieber. Estamos hablando de un
personaje del que dependen las vidas de muchas personas, ya que el fanatismo es
tal, que si Francisco I dice que se
acerca el fin del mundo y hay que suicidarse para llegar al cielo, veo a millones
de personas haciéndolo. Al igual que si es Justin el que dice que se va a
suicidar, millones de fanáticas lo harían también (que quede claro que hablo de
casos extremos).
Llegados a este punto, los fanatismos NO son sanos. Sólo hay
que nombrar otros ejemplos, como Hitler.
Este hombre, por sí sólo no habría hecho nada, sino que contaba con millones de
fanáticos suyos a sus espaldas. Empezó siendo un simple político que atraía a
las masas fervientemente… Y no hace falta que diga cómo acabó todo.
Y no, no estoy comparando a Justin Bieber con Hitler (tiene
su gracia, pero no) o con el Papa. Sólo os pido que digáis NO a los fanatismos,
que no llegan a ningún lugar. Llegará el día que vuestro ídolo haga la mayor
cagada del mundo, y vosotros le seguiréis defendiendo. Ahí, podréis confirmar
que, definitivamente, habréis perdido
vuestro criterio.