CAPITULO 9
Nuestros amigos, Aldo Totter,
Leia Granger y Mario Bolsón, tenían una cita con un viejo amigo. Viejo era un
poco, la verdad.
―Italia, la tierra de Berlusconi
―Dijo Mario Bolsón cuando llegaron, señalando todo el paisaje ―Todo esto antes
era campo.
―Tendremos que tener cuidado para
no ser vistos, ya que Italia está con Merkel ―Explicó Leia ―Por eso he
preparado unos disfraces para camuflarnos, y pasar inadvertidos ―Los sacó del
bolso que hace años había robado a una niñera mágica ―¡Nos haremos pasar por
romanos!
―¿ROMANOS? ―Preguntó Aldo
―¿Romanos de la Edad Antigua? ¿Pero tú eres subnormal o no te han querido bien
de pequeña?
Finalmente, quemaron los trajes
de romanos (porque hacía frío, y así hicieron una pequeña hoguera para
calentarse).
―Bueno, aquí es ―Se pararon los
tres delante de una pequeña casa de madera, donde había un cartel que rezaba:
“los niños de verdad, por esta puerta”
―La casa de Gepetto ―Sentenció
Leia ―Veremos si ya tiene preparado nuestro encargo.
Gepetto era un anciano
carpintero, que se volvió loco un día y empezó a hablarle a una marioneta, a la
que solía llamar Pinocho. Afortunadamente, los de servicios sociales quemaron
la marioneta, y a Gepetto se le pasó la tontería. No obstante, Gepetto tenía
unos poderes especiales, y por eso era el único que podía llevar a cabo aquella
misión.
―Ya está terminada ―Señaló
Gepetto a una puerta de madera situada en el centro de la habitación ―Todavía
no he probado si funciona, pero… creo que ya podemos decir que nos encontramos
ante una réplica exacta de la puerta de Doraemon, tal y como me habéis pedido.
―Entonces… ―Comenzó Aldo ―si la
abrimos, ¿apareceremos en el lugar donde está situada la verdadera puerta de
Doraemon?
―Eso espero ―Respondió Gepetto
―Esa es su función.
―Pues nada, vamos a cruzarla
―Dijo Mario Bolsón.
―No tan rápido… ―Dijo Gepetto
mientras los tres jóvenes se aproximaban hacia la puerta ―Todavía no me habéis
pagado… Acordamos que el precio era que uno de vosotros sería mi hijo, un niño
de verdad… ―Mientras decía esto, comenzó a poner cara de psicópata.
―¡AHORA! ―Gritó Aldo, y los tres
cruzaron la puerta.
―¡Noooooooooo! ¡QUIERO A MI HIJO!
―Gepetto se quedó tirado en el suelo, gritando ―¡QUIERO A MI NIÑO DE VERDAD!
―Rompió a llorar.
―Puto viejo loco pederasta ―Gruñó
Leia.