CAPITULO 4
A pesar de sus
patronus ridículos, habían conseguido deshacerse de los dementores de Bankia.
Ya estaban llegando. Fueron ascendiendo, hasta el peaje. Sí, tenían que pagar
un peaje para entrar volando en el Pentágono. El Pentágono era la sede de los
aliados.
Cuando se
bajaron los cuatro del triciclo mágico de Flo, salió Filius Felipus González,
el padre de Aldo, a recibirles.
―¡Hijo! Menos
mal que habéis venido. Obama ‘El Gris’ quiere hablar contigo. Estás invitado a
la reunión que se va a celebrar en la cúpula del Pentágono. ―Bajó el tono de
voz ―A tus amigos, el gordo grande, el gordo pequeño y la friki, puedes
decirles que se vayan, que ya no pintan nada aquí.
―¡Pero papá!
―Bueno, me la
suda, que pasen también a la cúpula. ¡Hala! ¡Viva la Pepa! ―Los tres amigos se
miraron con incredulidad.
Pasaron los
controles de seguridad, y entraron a la sala con la mesa de forma pentagonal.
En el lado principal del pentágono estaba sentado Obama ‘El Gris’. A su derecha
se encontraba una mujer rubia, joven y muy guapa. Patricia McCondegall. A su
izquierda había un sitio vacío. En otro de los lados se sentó el padre de Aldo.
En el último lado se colocaron Flo y los tres chavales. Un olor a pedo nublaba
el ambiente. Aldo miró a Flo con cara de asco. Este se encogió de hombros.
Aldo tuvo que
repetir otra vez lo que había visto tras aquella puerta rosa.
―Vale, se
acerca una guerra. Mundial. ¿Quiénes son nuestros aliados? ―Dijo Obama
dirigiéndose a un ayudante.
―Contamos con
la parte de España que es fiel a Felipe (que no es mucha ya), con la parte de
Reino Unido fiel a Patricia McCondegall, aquí presente también, el ejército
Francés de Astérix, y… Bueno de momento esos, aparte de los propios Estados
Unidos, señor.
―¿Y los
enemigos?
―Pues debemos
hacer frente a la Alemania de Merkel, la Italia de Berlusconi, la España de
Aguirre, la Inglaterra de la Reina Blanca y Grecia.
―Así que,
además de una guerra mundial, nos encontramos ante varias guerras civiles… No
pinta muy bien, la verdad… ―Dijo Obama.
―¿Y el anillo?
Está en nuestras manos, podemos usarlo a nuestro favor ―Dijo Felipus. Patricia
puso los ojos en blanco.
―Ese anillo
sólo obedece al mago oscuro que lo creó. ―Dijo Patricia con firmeza ―El mago
oscuro más poderoso de todos los tiempos. El Señor Oscuro Hitler.
―Pero está
muerto ―Dijo Felipus.
―Entonces,
¿para qué quieren el anillo? ―Preguntó Flo.
―Pretenden
resucitarle mediante el anillo de poder ―Dijo Obama con el ceño fruncido. ―Hay
que evitar a toda costa que se hagan con él, o las cosas se pondrán muy
difíciles para nosotros. De momento está bien protegido, pero… ―Llamaron a la
puerta. ―Adelante.
Un anciano de
barba gris, no muy larga y vestido con un chándal entró en la sala y se sentó
en el lado libre. Se produjo un silencio sepulcral. Fidelius Castro había
entrado en la sala.