Capítulo 1
Los rayos de luz penetraron por
la ventana de Aldo a primera hora de la mañana. Comenzaba un día cualquiera, en
la vida de un niño cualquiera. O eso creía.
Se
vistió, cogió el almuerzo, y, después de despedirse de su madre, salió pitando
para el instituto. Su padre era un antiguo dirigente mágico, y se encontraba
desde hacía bastante tiempo en los Estados Unidos.
Aldo Totter, así se llamaba
nuestro protagonista. Muchos se reían de él porque les recordaba al joven mago
de la conocida saga. El también era mago, no obstante, sabía a ciencia cierta
que esa historia carecía de sentido, ya que nadie puede matar a nadie mediante
un expelliarmus.
Esa
misma mañana, Rajoyus, el Presidente del Gobierno de Magia, salía en las
noticias, cómo no, hablando de más recortes presupuestarios. Su habla era casi
robótica e insensible, como si estuviera poseído.
Aldo
contaba con dos amigos inseparables, Leia Granger y Mario Bolsón. Leia era la
típica niña repipi y sabionda con dos chorizos en forma de espiral en el pelo.
Según ella, así evitaba que penetrasen en su mente. Era un poco paranoica.
Mario Bolsón era el típico gordo que, o todo lo importa una mierda, o se
impresiona por encontrarse una palomita en el ombligo. Aldo se alegraba de
tener unos amigos tan normales.
Ya
salían del colegio, e iban discutiendo sobre lo fea que era la profesora de
pociones. De repente, Aldo vio delante de ellos, a su padre, batiéndose en
duelo de varitas con un desconocido. Aldo, en una muestra de su valentía (y
subnormalidad), agarró por detrás al desconocido, intentando quitarle la
varita. Pero justo en ese momento, el desconocido se disponía a desaparecerse,
y sin querer, se llevó a Aldo consigo. Los dos fueron a parar a un lugar
oscuro, que Aldo no conocía. En cuanto se soltó, el desconocido volvió a
desaparecerse. Aldo se dio cuenta de que había descubierto su guarida, así que
tenía que salir cuanto antes de ahí, si quería seguir vivo. Sus habilidades con la varita siempre habían
sido nulas, y era más peligroso si te metía la varita en un ojo que si trataba
de lanzarte un hechizo.
Aldo
comenzó a andar por aquellos lúgubres pasadizos (¿Cómo podía oler tan mal?),
cuando vio que alguien los recorría con escolta. Inmediatamente, se escondió
detrás de una columna, y pudo percatarse de que era una mujer rubia con cara de
malicia. Aunque no se fiaba, decidió seguirles sigilosamente, para encontrar
una salida. Entraron en una sala abovedada que tenía una puerta de color rosa
en el centro. La mujer y su escolta entraron y desaparecieron. ¡Era una puerta
mágica de Doraemon! Pero Aldo sabía que éste llevaba años desaparecido.
Se
acercó a la puerta, y se dio cuenta de que no estaba cerrada del todo. Miró por
el hueco que quedaba. Vio que la mujer anterior fue al encuentro de otra mujer
rubia, más gorda, que estaba sentada en un trono. La primera hizo una
referencia a la segunda. La mujer del trono se levantó y habló:
―Madame Aguirre, ¿qué nuevas
traéis?
―Discúlpeme, su Señoría Bellatrix
Merkel. Vengo a hablarle del anillo. El anillo de poder. Sabemos dónde está.
España ya está preparada para la guerra.
―Que así sea. ¡Un momenten! ―Se percataron de la presencia
de Aldo ―¡¡LA PUERTEN!!
Aldo cerró la puerta de golpe,
pensó dónde quería ir, y la abrió.